SE LO RUEGO... y al otro Día...
Tsuguharu Foujita
- ¡No es así! – dijo Camín, primero mirando al grupo para luego bajar la vista hacia una pila de papeles sobre la mesa, y concluyó:
- Eso que Ud. cuenta es imposible…Kafka era tuberculoso… no podía correr…
- Está bien, - dijo Darwy como una imploración a que lo dejara terminar lo que había empezado – Está bien, no entró corriendo a la sala donde dormía el padre de Max Brod…
- Kafka no podía correr porque se agitaba… Insistió Camín.
- Está bien – volvió a decir Darwy con fastidio- ya acepté la corrección. Esto lo cuenta Max Bród, el íntimo amigo de Kafka…
- ¿Quién? – inquirió Camín
- ¡Max…Brod!
- ¡Ah! Max Brod.
- ¿Y yo qué dije?
- Ud. dijo cualquier cosa… pero siga...
Tanto el solemne “Ud.” como el contenido de lo que dijo Camín S fue impostado por lo que todos rieron. Darwy sólo hizo un gesto entornando los ojos hacia el techo en señal de molestia. Siempre había en el ambiente un aire de ociosidad que en raras ocasiones se interrumpía por episodios ásperos. Si lo ocioso parecía detener el tiempo, lo agresivo lo aceleraba… lo aceleraba hacia un futuro estado de apacible ociosidad.
Darwy, siguió:
- Bien… cuenta Max Brod que Kafka una vez irrumpió en una sala donde dormía su padre. El padre de Max Brod, ¿no? No sé, un viejo ¡no importa!...
Darwy, molesto, al reformular su relato alzaba la voz a un nivel en el que el sonido de las cuerdas vocales se desvanecía en degradé hacia la afonía. Levantó la vista mirando al resto como esperando que todos comprendieran que “así no se podía hablar” “que no había relato que resistiera semejantes interrupciones”. Nadie dijo nada, por lo que prosiguió.
- Kafka, al entrar a la sala voltea una silla que despierta al viejo. Este, sobresaltado, despierta y lo mira. Franz Kafka dice: “Por favor, considéreme parte de un sueño.”
- Qué buena, que buena anécdota. Dijo Girala.
Fermín sonrió y dijo:
- Camín es como las esposas. Si uno está contando una anécdota y para darle forma dice: el martes estábamos por… ellas te corrigen “no, no querido no fue el martes, ¡fue el jueves!”. Por supuesto, si fue el martes o el jueves no hace a la cuestión pero ya te arruinaron…
- Es así, ya te arruinaron el cuento – dijo Marcelo- Siempre hacen lo mismo…
- Camín es igual. Concluyó Fermín.
Todos rieron menos Camín que parecía ausente, enfrascado en una lectura. Tenía en su mano un marcador amarillo. Movía lo labios en sincronía con unos leves movimientos de la cabeza. Leía en voz alta, quizás para lograr concentrarse, aunque su voz era un murmullo inaudible para los demás.
- ¡Arruiné el remate que es bellísimo! Dijo, Darwy, contrito, como si hablara para sí mismo.
- ¿Por qué? Es excelente la anécdota… Dijo Fermín
- Lo que dice Kafka cuando despierta al padre de su amigo, no es “por favor, considéreme parte de un sueño”… es “se lo ruego…” Dice “se lo ruego” y no “por favor” – Repitió.
- Sí, “se lo ruego” es mejor, es precioso. Dijo Girala, que también amaba las palabras y sus sutilezas, pero en esta ocasión arrimó leña al fuego.
- La arruiné… Volvió decir Darwy que parecía haber ingresado a un desierto brumoso y solitario.
Se hizo un breve silencio en el que el bullicio de la calle Salta, de las otras mesas, de los otros hombres y mujeres del café, aprovechó para hacerse oír, como si solo el silencio lo hubiera hecho perceptible. En raras ocasiones el sonido ambiente se tenía en cuenta, alguien que gritaba al hablar por un celular, un exceso en el volumen de la música, alguna mesa de jóvenes, una manifestación de la calle…
La mesa de café que los reunía, siempre la misma, era un diminuto universo impermeable los demás.
Lo esencial es impermeable a los ojos… es sólo visible al corazón. Pensó decir Fermín para jugar con la frase cursi de El Principito pero calló. Muchas veces se reprochaba hacer bromas y esta vez logró detener la ocurrencia. Le encantaba sentirse parte de esa mesa y lo último que querría es ser el bufón de la misma.
- Kafka era heterosexual- dijo Camín desde la punta de la mesa sin levantar la vista de su lectura.
En realidad no leía un libro sino un cuaderno que siempre lo acompañaba, que sólo parecía ser el mismo de siempre pero no lo era, ya que tenía muchos cuadernos acumulados. Sus grandes cuadernos anillados contenían anotaciones, recortes de diarios con artículos propios y ajenos, fotografías, dibujos, anotaciones al margen- Los cuadernos de Camín S reflejaban de alguna extraña manera la dispersión de la vida… un collage de intereses, pasiones, sueños…
- ¿Qué dijiste? - Dijo Fermín.
- ¡Kafka era heterosexual! Repitió, modulando pausadamente cada una de sus palabras.
- ¿Qué?... ¿Qué querés decir? -Dijo Darwy
- Nada, sólo digo que Kafka era tuberculoso pero no era homosexual.
- Solo eso digo…
Al otro día...
Al día siguiente tuve la sensación, habitual en mí, de permitir que se sepa que el narrador de Se lo Ruego y yo, Fermín Miranda eran la misma persona. Yo tenía la firme decisión de mostrar a mi ciudad en una faceta inédita, invisible, al tiempo que vibrante. Dar derecho de ciudadanía a un mundo que bullía casi en secreto, ignorado por una mayoría. Una mayoría que tenía su voz oficial silenciando a esta ¨otra ciudad¨. Una mayoría de hombres y mujeres que podían vivir rindiendo culto a un tipo de humanidad que se jactaba de prescindir de la literatura, de la filosofía, de la buena música, de la poesía… no sé, una humanidad que podía vivir… ignorando a Kafka.
- Me gusta que el instructivo no ignore a un tipo como Kafka. Dijo Darwy.
- Ni a un Cátulo- dije, nombrando al poeta que Darwy admiraba…
- Sí, es verdad.- Dijo y agregó corrigiendo mi acentuación.
- Catulo, con acento en la u y no Cátulo.
Acepté la corrección aunque me sonara mal. Cambié de tema:
- Me preocupa mi falta de oficio. Trato de poner un narrador que cuente lo que sucede en el café. Pero sin darme cuenta lo mezclo… el Fermín del relato es…
- ¿Cómo?
- En Se lo Ruego el narrador describe lo que sucede en la mesa como un universo impermeable al resto del mundo y Fermín, que es un personaje de la mesa, oye el comentario y hace un juego con la frase del Principito de Saint Exupery…
- Es evidente que sos vos, que el narrador es Fermín- dijo Darwy, riendo- y poco importa. Hasta me parece bien que se note. Eso te habilita a pasar de una narración en tercera persona a una en primera.
- Es que a veces ni siquiera me doy cuenta. Es involuntario…
- Lo que sea. Además, si te equivocás es mejor, más auténtico todavía…
Era increíble la fuerza que me daban las palabras de Darwy. No se trataba de escribir a la perfección sino que la escritura debía ser auténtica. La autenticidad era un valor fundamental para él. En cierto modo Darwy me habilitaba a seguir con mis imperfectos instructivos. Yo tenía varios fantasmas que me perseguían, el primero de todos era mi falta de formación como escritor. Una distancia que se agigantaba con las lecturas de los grandes escritores. No soy nada original al decir que la perfección de un Borges por un lado ha abrumado e inhibido a generaciones de escritores.
Era horrible pero cuando no se inhibían, muchos de ellos, caían en una grotesca imitación de su estilo, de sus tics, de su erudición.
Las palabras de Darwy me sonaban a la habilitación que produjo en la cultura de nuestro país un escritor como Roberto Arlt. Borges era la perfección estilística y Arlt una especie de bárbaro al lado de él. Un tipo del que decían que escribía mal pero que que te acostaba con la vitalidad de su escritura. No me gustaba el ejemplo de Arlt porque si bien era cierto que no escribía como Borges para mí escribía extraordinariamente bien. Tenía mi ejemplo en El Cristo del Ataúd. Me gustaría reproducirlo. Cuando yo leí ese pequeño texto, enloquecí. Yo había entrado mil veces a aquel templo de mi ciudad en el que estaba el impresionante Cristo del Ataúd y yo solo podía balbucear palabras. Arlt, por Dios y los santos evangelios, lo describe de una forma increíble.
Por la ventana en la calle Salta veo que conversan en la vereda de enfrente Tito M y Jorge B.. Son tiempos de elecciones por lo que supongo, hablan de política. El tema eleccionario de estos días desplaza al climático que suele ser el habitual. Gesticulan por lo que infiero que discuten. Tito M es algo cínico ya que pertenece a un partido de raigambre nacional y popular, pero es un liberal- que en nuestra ciudad significaba ser un conservador, ni mas ni menos que eso. Jorge B es un empresario que tengo la impresión de que juega del lado de la burguesía nacional, no lo sé a ciencia cierta, pero es un buen tipo y sus ideas son muy buenas.
Me saca de esa observación un diariero que me ha tomado el tiempo para pedirme dinero. No sé porqué siempre le he dado, quizás porque lo admiro. Me conmueve el hecho de que sea un padre de familia que la pelea día a día. Llueva, truene, explote el calor de la siesta o haga un frio polar en las mañanas, él, mi victimario no paraba de vender sus diarios y revistas. No veía mal que eligiera a su víctimas del pecheo…y yo entre ellas. Quizás pensar bien de él me distanciaba de un viejo político que con desprecio decía que Corrientes era una ciudad de menesterosos, timbreteros y pechadores. No decía por supuesto que él y muchos como él, eran los hacedores, los constructores de las tristes miserias provinciales.
Roxana, la moza del Mariscal, me dice que no tiene chipá. Ella sabe, que siempre acompaño el café con uno o dos chipacitos…
- Te traigo igual el café, Fermín…
- Tráeme igual- dije, aunque me irritaba que no lo tuvieran.
- Es la última semana que vengo… el médico no quiere que trabaje pues ya falta poco…Dijo Roxana luego de dejar la taza del café en mi mesa…
- ¡Qué bueno!- dije, como si yo estuviera al tanto del embarazo cuando en realidad me sorprendió. Recién en ese momento vi el vientre de Roxana.
Esa falta de observación me alarmó. Sentí que yo era tan abstraído y que si quería escribir sobre mi ciudad debía empezar a mirar a mi alrededor. Casi nueve meses de embarazo y no lo había notado. Quizás por ello ese día le saqué unas fotos a distintas partes del lugar. Tenía la impresión de que si me taparan los ojos por sorpresa, yo sólo podría describir como un lugar antiguo, con mesas y sillas de madera. Nada más. Siempre admiré a los escritores que se detienen en los detalles, a veces, mínimos. A veces, también, los detestaba por ello. Pensaba ¿cómo es que el narrador sabe de qué tela está hecha el pantalón de determinado personaje o si las cortinas eran o no de tal o cual estilo?
Un buen escritor me dijo Elenita Zelada de Fiorio, una amiga escritora, debe usar todos los sentidos y reflejarlos en su escritura. Lo que uno ve, lo que uno huele, lo que oye, lo que toca con los dedos y lo que degusta con la boca. No sé si me lo dijo pero creo que debería también escribirse sobre lo que se percibe del cuerpo propio, del interior.
Pensé que según ella, yo hubiera tenido que escribir algo así: el café lucía desierto, veía como siempre a Alcides, el dueño, detrás del mostrador siempre mirando su celular y al lado del mostrador un hombre que leía el diario 1588, un periódico de distribución gratuita. Sobre la puerta que da la cocina del bar entraba y salía Roxana aunque yo la vi sólo una vez saliendo con mi pedido. Impactaba como una sentimiento gélido la ausencia del aroma del chipá y en su lugar el suave y húmedo olor de las maderas. El bullicio de la calle con altibajos se escuchaba con la música ambiental que Alcides se encargaba de poner. Podía sentir la calidez de la madera de las mesas en mis manos. Al costado de la taza de café tenia apoyado El secreto del Pasado de Rudy Kousbroek, un libro que amaba. Sentí en mi boca el gusto del café amargo que siempre lo tomaba sin azúcar después que en mi juventud me vi obligado tomarlo así, ya que los edulcorantes tenían un feo gusto metálico y el azúcar me engordaba.
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