LA RAZA MALDITA
Reflexiones sobre la ley del matrimonio
igualitario
en la Argentina en el año 2015.
En mil novecientos setenta y tres se publicó un número especial de
la revista Recherches titulado “Trois millards de pervers” (Tres millones de
perversos) en la que filósofos, escritores y psicoanalistas reivindicaban para
los homosexuales un derecho a la diferencia. Se reivindicaba la singularidad de
un destino, aunque fuera el de la anormalidad.
Se impugnaba y rechazaba la institución familia. La familia era considerada,
como lo dice Elizabeth Roudinesco en la Familia
en Desorden, una instancia colonizadora, transmisora de todos los vicios de
la opresión patriarcal: prohibía a las mujeres el goce de su cuerpo, a los
niños un autoerotismo sin trabas y a los marginales el derecho a desplegar sus
fantasías y prácticas perversas. El cuestionamiento a la institución familia,
por un lado, respondía a que esta era la célula básica de la sociedad, la misma
sociedad que siempre ensayó todo tipo de brutalidades contra los “diferentes”;
y, por otro lado, porque existía el convencimiento que detrás de todas las
discriminaciones recibidas se encontraba el cuidado de la respetabilidad
familiar. Efectivamente, en torno a la moral y las buenas costumbres se
convirtió la vida de estas personas en verdaderos calvarios existenciales.
Putos, invertidos, pederastas, degenerados, sodomitas, para los varones;
tortilleras, marimachas, sáficas, para las mujeres fueron algunos de los modos
de nombrar la “anormalidad”.
Pero, así como amplios sectores homosexuales se identificaban como
herederos de la “raza maldita” rechazando
la institución familia; otros sectores habían empezado una lucha antidiscriminatoria,
igualitaria y por decirlo de otra manera, asimilativa. Los unos asumiendo su
condición contestataria y rebelde; los otros, entablando una lucha sin pausa en
la reivindicación de sus derechos civiles.
Estos últimos constituyeron los Movimientos de Liberación de Gays
y Lesbianas que tuvieron su gran auge a mediados de la década del setenta, más
precisamente en California. Los logros obtenidos por estos grupos han sido magníficos
en la construcción y aceptación de la identidad gay. La palabra gay que
significa “alegre” reemplazó a la palabra homosexual acuñada en 1869 por el
médico húngaro Karoli María Kertbeny*. Estos movimientos de liberación lograron,
desde despenalizar la homosexualidad hasta conseguir para ellos derechos
civiles que les fueron denegados en el pasado.
En definitiva, se le quitó a la “elección sexual” su carácter de
aberración moral o patológica otorgando dignidad a la identidad gay.
David Halperin, fundador de los gays and lesbian Studies, dice: “expulsamos
del cuarto a los moralistas, a los religiosos, a los médicos y a los
psicoanalistas al quitarle a la condición homosexual el carácter de tara moral,
pecaminosa o patológica.” Se trata, como decía Michael Foucault, no sólo de llegar
a hacer pública su condición, como un acto todavía teñido de moralidad
religiosa confesional; sino a que llegará
un día en que no haya absolutamente nada que “confesar”.
Existen, todavía, fuertes resistencias que provienen en sectores
conservadores o religiosos que insisten en considerar a la homosexualidad como
anormal, pecaminosa o perversa, y si bien estos sectores existen la cuestión es
infinitamente más amplia y compleja. Los miedos ancestrales son aliados
ineludibles en la discriminación. Miedos que se enraízan más allá de la razón y
es un hecho de observación que personas progresistas son incapaces de encontrar
razones para justificar sus miedos a que, por ejemplo, un hijo “sea
homosexual”. El infierno tan temido bordea y mina las bellas razones para
aceptar la condición gay como un destino, uno más entre otros. Los
condicionamientos sociales, sin dudas, tienen su fuerte presencia en los prejuicios,
pero estos no tendrían la fuerza que tienen si no se anclaran en las
profundidades psicológicas, en la intimidad misma de su constitución como
sujeto tal como lo revelaron los aportes teóricos del psicoanálisis.
En la actualidad, se debate en la Argentina el matrimonio
igualitario y esta demanda hasta llegó al parlamento argentino.
Lo sorprendente es el hecho de que estas comunidades otrora
perseguidas, discriminadas, por la familia busquen en la actualidad ser parte
de la misma. No buscan impugnar, o rechazar sino ser parte, ellos mismos, del
matrimonio. Esta búsqueda de asimilación no es homogénea pues dentro de la
comunidad homosexual se encuentra un amplio sector que se autodenomina queer que siguen reivindicando el lugar
de marginalidad y de exclusión. Estos movimientos de la causa queer (la causa de los raros, de los no
admiten ser clasificados) ven como ciertamente patéticos y degradantes los
intentos de asimilación de los gays y lesbianas en las instituciones sociales.
La resistencia mayor, sin embargo, proviene nuevamente de la
sociedad, que ve en esta demanda del matrimonio igualitario la decadencia de
los valores tradicionales, la familia, la escuela, la nación, la patria y sobre
todo la paternidad, la autoridad de la ley que proviene del padre. Ahora bien, la caída de valores, la
declinación de la figura del nombre del padre, la época del Otro que no existe son parte de lo que
se considera la modernidad/postmodernidad y los movimientos de liberación gay
son una consecuencia de la modernidad y no su causa. Los cambios, justamente,
fueron posibles gracias a estas condiciones, gracias a estas transformaciones
de la intimidad.
Estos tiempos, instalan nuevos logros y desafíos para el porvenir;
pero debemos aceptar en democracia las añoranzas de ciertos sectores de un
orden social que ya no existe. Las expresiones religiosas o conservadoras en
contra del matrimonio igualitario deben ser atendidas, pero no deben ser la
única voz que se escuche.
Mientras escribía esta nota y al observar las fechas de los
movimientos de liberación de gays y lesbianas recordé que a finales de los 60 y
principios de los setenta, dentro de mi curso en la escuela secundaria,
sospechábamos, que algunos de nuestros compañeros eran homosexuales. Digo
sospechábamos pues aquellos “diferentes”, aquellos “raros” jamás confesaban su
condición. Lejos de los movimientos de liberación, estos compañeros padecían su
condición en un mar de incomprensiones. No recuerdo violencias físicas hacia ellos,
pero sí una constante exaltación, tal vez por temor, de la condición viril con
toda suerte de apelativos denigratorios sobre la homosexualidad.
Uno de ellos, amigo mío, años más tarde, “me confesó” emocionado
su condición. Supe por el alivio que experimentó al expresarse en libertad
sobre su homosexualidad de todo el sufrimiento silencioso, del rechazo, del
tormento moral impuesto a su vida por aquella sociedad en algún sentido enferma
de normalidad.
Hoy escribo esta nota sobre el matrimonio gay, y lo mínimo que
puedo decir es que si bien, como dice Germán García, “en tanto heterosexual, no
se puede comprender lo homosexual” sin caer en la demagogia de decir que se
comprende un modo de gozar que no es el propio; ninguna incomprensión, ningún
miedo, ningún rechazo deberá impedir que gays y lesbianas accedan a la igualdad
en los derechos civiles de la sociedad a la que pertenecen.
Para Bernabé, siempre en mi recuerdo!
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Károly Mária Kertbeny |
* Karl-Maria
Kertbeny o Károly Mária Kertbeny (1824/1882) fue un escritor, poeta,
traductor del húngaro al alemán, patriota húngaro y pionero del movimiento
homosexual. Utilizó por primera vez los términos heterosexual
y homosexual en 1868 y 1869 respectivamente.
El verdadero
apellido de Kertbeny era Benkert. Su padre, Anton Benkert, era escritor y su
madre, Charlotte Graf, pintora. Dos años después de su nacimiento, la familia
se instala en Budapest para dirigir un hotel.
Kertbeny, de joven,
entró como aprendiz en una librería. En aquel tiempo, uno de sus amigos se
suicidó tras ser chantajeado por su condición de homosexual. Esto impresionó
vivamente a Kertbeny y se propuso combatir toda forma de injusticia,
convirtiéndose en un activo reivindicador de los derechos de los homosexuales.
Publicará numerosas obras en contra del párrafo 143 del Código
Penal prusiano, que castigaba la homosexualidad y cuyo espíritu punitivo
pervivirá en el párrafo 175 del Código Penal alemán (ver https://es.wikipedia.org/wiki/Art%C3%ADculo_175_(Alemania)
. Kertenby sostenía que las leyes en contra de la homosexualidad eran
contrarias a los derechos del hombre y que los actos sexuales privados
libremente consentidos no debían tener relevancia penal.
Datos extraídos de https://es.wikipedia.org/wiki/Karl-Maria_Kertbeny
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